Acoso sexual callejero, ciudad y juventudes

Acoso sexual callejero, ciudad y juventudes

Ensayo realizado para el Balance 2019 del Plan de Acción de Juventudes 2015 -2025, Punto y Seguido, INJU

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En marzo de 2018 se lanzó Libre de Acoso, una campaña integral de Colectivo Catalejo que tiene como objetivo desnaturalizar y generar acciones para evitar las prácticas de acoso sexual callejero (ASC). La campaña surge de la necesidad de generar insumos y herramientas para potenciar las discusiones sobre el tema, y problematizar esta práctica avalada socialmente.

En este sentido, se buscó articular herramientas comunicacionales y audiovisuales con la generación de conocimiento académico. Una de las principales características de la campaña fue la creación de una página web que permite la generación de denuncias de situaciones de acoso callejero, lo que permitió la elaboración de datos concretos sobre cómo la problemática se manifesta en Uruguay.Según la normativa uruguaya el acoso sexual callejero es: “[…] todo acto de naturaleza o connotación sexual ejercida en los espacios públicos por una persona en contra de una mujer sin su consentimiento, generando malestar, intimidación, hostilidad, degradación y humillación” (Ley N° 19.850, Art 6). Comprende distintos tipos de comportamientos que pueden ser verbales -groseros o no- o físicos, incluyendo la persecución, la masturbación y el exhibicionismo.

Es una práctica naturalizada socialmente, que sucede de manera cotidiana, lo que difculta su identifcación y su análisis como una problemática de consecuencias profundas. Su carácter sistemático y acumulativo lo consolida como una expresión más de la violencia basada en género: más del 91% de las personas que lo vivencian son mujeres y más del 93% de los casos los perpetradores son varones (Berrueta et al, 2019).

El ASC establece una lógica de tomar los cuerpos de las mujeres como objeto de consumo, silenciosos, puestos en el espacio público para disfrute de las masculinidades. Esto es parte de lo que se denomina como cultura de la violación en el entendido que “el uso y abuso del cuerpo del otro sin su consentimiento puede darse de diferentes formas, no todas igualmente observables” (Segato, 2003). En el caso del ASC, salvo en sus acepciones más explícitas, hablamos de violencia simbólica. Según Segato, este tipo de violencia es el más efciente en la reproducción de las desigualdades por su sutileza, su omnipresencia y su carácter difuso. La autora habla de “sexismo automático” para designar esas acciones que “responden a la reproducción maquinal de una costumbre, amparada en una moral que ya no se revisa” (Segato, 2003: 117). Resulta particularmente difícil defenderse de estos automatismos, porque operan sin nombrar, generando un marco de acción sexista natural, costumbrista y difícil de detectar.

Las consecuencias de esta práctica son múltiples y diversas. En primer lugar, y de manera inmediata, genera sentimientos displacenteros, siendo los más frecuentes el asco, el miedo, la bronca, la impotencia y la angustia. El miedo, opera como un problema presente y futuro, por su carácter potencial: este tipo de prácticas contribuye a que del uso del espacio público sea diferente para varones y mujeres siendo, en el caso de éstas un componente de la vivencia (me pasó) y de la posibilidad de ésta (me puede pasar). (Berrueta et al, 2019).

Estos sentimientos se asocian con la vivencia de la ciudad, arraigándose en las
construcciones subjetivas de las mujeres (y de los hombres, que también se socializan en estos marcos culturales), por lo que el ASC tiene impactos más profundos, que merecen ser atendidos desde una perspectiva de largo aliento. Estas consecuencias pueden ser tanto en el disfrute de las mujeres de su propio cuerpo, el desarrollo de la sexualidad tanto de hombres y mujeres, como en la desigual apropiación del espacio público. En este texto nos centramos en este último punto porque limita el libre ejercicio de los derechos de las mujeres.

El espacio público es central a la hora de ejercer ciudadanía, por ser el lugar de encuentro y de trasmisión de normas sociales, un terreno de lucha por nuestros derechos, de disfrute del tiempo de ocio, por ser donde lo colectivo se pone en juego y donde existe lo comunitario.

El ASC se gesta como una de las tantas desigualdades que atraviesan la ciudad, y como tal genera ciudadanías diferenciadas, en este caso en función del género. Cambiar el recorrido, la sobre-utilización de taxis, la limitación de transitar la ciudad en soledad, pensar el atuendo o usar auriculares, se convierten en estrategias comunes de las mujeres en las calles como forma de combatir estas situaciones cotidianas y reducir su posible exposición al riesgo o la incomodidad.

En las denuncias generadas en la web libredeacoso.uy se relevó que el 90% de las mujeres que denunciaron situaciones de ASC tienen menos de 30 años y el 25% tienen entre 11 y 18 (Berrueta et al, 2019). Si a este dato le agregamos que la edad en que se comienza a sufrir ASC es 11 años (OCAC, 2014), podemos afrmar que el eje generacional es clave para pensar y combatir este problema. Cuestionarse cómo los y las jóvenes habitan la ciudad, cuáles son los obstáculos para acceder a la misma, y qué consecuencias tienen en sus prácticas ciudadanas y en la construcción de subjetividad, es fundamental para pensar juventudes libres y plenas. Por lo tanto, resulta crucial refexionar cómo las Políticas de juventud pueden incorporar estas realidades, y pensar las distintas expresiones del ASC tanto en un marco normativo de referencia como en la generación de prácticas concretas.

Es en la articulación entre lo normativo y lo cultural que se producen y reproducen pautas de relacionamiento y transformaciones de las mismas. Por esto, es importante el ejercicio de conceptualizar el problema y discutir desde la vivencia de cada persona para incidir en las conductas y acuerdos sociales.

Fomentar la discusión en estos ámbitos se vuelve central no sólo en el marco de la
transformación posible a través del cambio cultural de las generaciones jóvenes sino también para brindar herramientas de información y cuidado en la línea de garantizar el efectivo ejercicio de sus derechos y construir formas de convivencia saludables, justas y equitativas. Sin dudas, supone también asumir el desafío de transversalizar las distintas áreas de la política con una perspectiva de género que visibilice todas las formas de violencia y asuma la responsabilidad de pensar acciones para trabajar sobre ella.

Asimismo, es fundamental pensar en el rol de la cultura y los agentes vinculados a ella en la reproducción de las múltiples expresiones de la violencia de género, incluyendo el ASC que tiene un componente cultural muy fuerte. En esta línea, entendemos imprescindible que las políticas públicas incorporen la perspectiva de género para generar acciones que fomenten un nuevo paradigma cultural.

Uruguay cuenta con una reciente Ley Integral de Violencia basada en Género, en la que se realiza un exhaustivo detalle de las manifestaciones de la violencia, entre ellas el acoso sexual callejero. Los marcos normativos son necesarios pero por sí mismos difícilmente contribuyan a repensar y redefnir las formas de pensarnos y vincularnos. Por esto, los espacios de información e intercambio, las jornadas de refexión y el compromiso con el tema son fundamentales.