Caminos paralelos
Hagamos un juego. Imaginemos que usted sabe, y tiene pruebas fehacientes, que una persona lastimó mucho a otra hace un tiempito. Imaginemos también, que lo que usted decide hacer al respecto es dejar de hablarle al agresor. Piensa que no es necesario ir a la justicia. Quizás porque el hecho no le parece tan grave. Quizás porque no quiere armar mucho revuelo. Quizás, le de pena esta persona que en algún momento fue su amigo.
Ahora cambiemos un poco las cosas.
Usted es la Iglesia Católica. Sabe de numerosos sacerdotes que abusaron sexualmente de niños y niñas a lo largo de los años. Decide separarlos del sacerdocio (a algunos de manera permanente, pero a otros solamente por un tiempo), pero decide explícita y conscientemente no llevarlos a la justicia.
Parece que tanto la Iglesia como las Fuerzas Armadas, tienen justicias independientes y sus castigos van por caminos paralelos. Parece, que la Iglesia puede atribuirse funciones propias del Estado y decidir por sí sola la sanción ante un delito. Parece que si sos cura o militar, tus acciones cuentan distinto. ¿Qué derecho tiene la Iglesia de no denunciar un delito, teniendo pruebas del mismo? Piense la primer situación, ¿no le genera incomodidad, picor, ahí donde está nuestro sentido de la responsabilidad humana? ¿Será que efectivamente se encuentran más allá de las leyes humanas?
¿El argumento principal? Que en la actualidad, esos niños y niñas abusados, ya son adultos. Por lo tanto no están obligados legalmente a radicar la denuncia. Repito: legalmente. ¿Qué pasa con la moral, la ética, la humanidad? La Iglesia uruguaya salió a decir hace poco que sentía vergüenza por los casos de abusos sexual. ¡Y como para no sentir! No estuvieron a la altura de lo que las circunstancias exigían. Suavizaron la gravedad de la invasión al cuerpo, del abuso de poder, de la violencia a la infancia. En ese acto los volvieron víctimas, y desprotegieron a los niños de ahora y de más adelante. Y a los adultos también. Porque el abuso es grave siempre, y necesita contención siempre. Acciones como estas no hacen más que contribuir a la naturalización de actos tan graves como estos. Feo que tengamos que explicarlo a esta altura del juego.
Por supuesto que esto es parte de algo más grande. No está aislado. Se enmarca en un sistema que lo permite, que no se indigna con las violaciones al cuerpo como con el robo de la propiedad. Un sistema donde los medios de comunicación no solo no hacen eco de esta barbarie, sino que además tienen programas de entretenimiento que avalan la violencia y el abuso de menores. Un sistema que trata de feminazis a quienes lo rechazan. Que llama piropo al acoso callejero. Que tiene turismo basado en el cuerpo de niñas. Que prefiere no mirar porque le impresiona.
Diría que ante todo esto, resta esperar que por lo menos su Dios tome cartas en el asunto, y los haga pagar las deudas pendientes cuando llegue su tiempo. Pero no. No queda solo eso. Nos toca a nosotros también, acá abajo, hacer nuestro trabajo. Superar la impotencia y juntarnos, organizarnos, denunciar. Luchar para que no pase nunca más, y que cuando pase, haya respuestas.
Julia Irisity